Un Viaje con previsión

 

Tomar la decisión de escribir no es sencillo.

                                   Hacerlo sobre ti mismo; un reto.

 

... Así empieza la historia...

 

Existe el sincrodestino?...

      Mi habitación es pequeña, hace cuatro meses llegué a vivir a casa de mi mami y he acondicionado ese espacio para hacerlo confortable, sin embargo, además de cama y clóset, solo contaba con una pequeña mesa que contiene dos impresoras y la computadora portátil, así que no había un lugar adecuado que me invitase a escribir.

Hace dos semanas llegó mi mesa-escritorio, de todo lo que me hacía falta de antiguas residencias fue lo que más esperé, así que la armé y puse sobre ella diversos objetos de escritura que detallaré más adelante. Curiosamente hace pocos días encontré un catálogo de Demac y el sueño olvidado de escribir despertó y… ¡Sí!, existe el sincrodestino; sin saber estaba preparando el nidito para encontrarme, para iniciar mi apropiación de la escritura con éstas líneas que ahora escribo.

Creo que ya está, sin buscar mucho, sé que mi espacio será esa mesa que fui preparando sin saber. Los objetos de que me rodeé son: una lámpara con luz gradual que tiene en lo alto una figurita miniatura que me regalo mi pareja y es especial. Tengo un paquete de hojas de papel cuadriculadas, post-it para notas (me gusta pues es un método efectivo de anotar cualquier cosa importante que quiero recordar), tengo también una fila de diversas plumas que me han sido regaladas por algunas  personas en distintos momentos, lápices, sacapuntas, goma, una botella con agua, mi inseparable lap Lenovo y, finalmente, una rana feliz, mi animal favorito. Éste es el espacio que espero convertir en mi montaña de la cual brotará el manantial de ideas, mi rincón íntimo donde anidará la escritura.

Estoy pasando por momentos difíciles que irán aflorando, pero el saber que retomaré la escritura, una actividad que aún sin compañía ni apoyo ha sido importante a lo largo de muchos años al permitirme enfrentar, expresar, aceptar y plasmar muchos de mis pensamientos, emociones y sentimientos; me llena de alegría, entusiasmo y confianza de que, con la ayuda de la hermandad de talladoras, ahora lograré algo que siempre ha quedado incierto e inconcluso: apropiarme de la escritura. Tengo fe.

Mi espacio está situado al lado de mi pequeña cama frente a una ventana a través de la cual, por las mañanas, se cuelan los rayos del sol; la vista de frente no es muy atractiva porque solo se divisan las ventanas cerradas de los vecinos. Pero viendo hacia arriba a las doce el sol luce su esplendor, en diagonal por las tardes se ve sobre los techos vecinales el atardecer, majestuoso de Celaya con sus cielos policromos. A la derecha de mi escritorio está la mesa multi-objetos de la que hablé con anterioridad, en ella coloqué objetos adicionales para complementar mis herramientas de trabajo. No tengo ninguna planta, pero sobre sí una torre Eiffel de madera que me recuerda mi país favorito después de mi México lindo; de la pared cuelgan mi título universitario y un gran rompecabezas enmarcado de la Capilla Sixtina.

Actualmente las actividades que realizo a lo largo de la semana no siguen un patrón, estoy desempleada, hay días en que salgo a alguna entrevista y a realizar diligencias propias de la casa y otras actividades. Otros apenas si asomo la cabeza por la puerta para recibir alguna correspondencia o regar el jardín.

Así que después de probar mi espacio durante la mañana y por la tarde o noche respirando, disfrutando la calma de estar aquí y observando atentamente mi entorno hice algunos descubrimientos:

En las mañanas mi espacio es cálido, acogedor por la luz natural y se respira paz y tranquilidad ideal para pasar un rato ahí, tal vez escribiendo a mano, meditando; más no apto para usar la computadora, el reflejo del sol hace imposible ver la pantalla. Además no me es fácil relajarme y concentrarme en la escritura, pues vienen a mí todos los pendientes y más bien tengo prisa por levantarme.

En las tardes la iluminación sigue siendo buena, y el sol ya no amenaza mi vista. Por la noche, al prender mi lámpara de luz cálida, el lugar se vuelve igual de acogedor que a la luz matutina. Me siento más relajada y proclive a la escritura

Gracias por el ejercicio, aun sin escribir me siento en mi espacio relajada, tranquila y con el sentimiento interno de contar con un lugar especial, como un secreto. Para los demás es una mesa; para mi es mi rincón íntimo donde anidará la escritura, como cuando la princesa Ameyalhe se sienta y brota el manantial.

Descubrí que el tiempo preciso para escribir es por la tarde o noche, ya que estoy más relajada, con menos ocupaciones y puedo robarme ese tiempo que me pertenece más fácilmente. El espacio a cualquier hora es cómodo, placentero y está preparado para recibir mi inspiración.

 

 

Escrito en diciembre de 2014